Fue nada. Era nada. Su futuro era la nada.
Se burló del tiempo, con tinieblas densas y oscuras.
Sentada en el vacío, lucía el idilio, mientras el ocaso la apagaba.
Sollozaba a destiempo, interrumpida por carcajadas prestadas.
El horizonte finito marchitaba el jazmín que se apoderaba de sus manos.
Inmóvil, invisible, aparentaba una felicidad comprada.
Soñaba, al compás de una decena de muñecas que la rodeaban, y fueron ellas la que la sorprendieron llorando.
Sin coraje, huía del miedo y la soledad, sin saber que eran las que la acompañaban.
Sola, en silencio, despertó.
Los zurcos de su piel la alertaron de que su vida estaba terminada.
Mónica G. López