La
Cita
Despertó. A su costado, sobre la sábana, el charco de sangre olía a
jazmines. A libertad.
Cubierta por un camisón de seda color gris, bebió café mientras ojeaba
los títulos más destacados del diario. Fantaseó con ser leída al día siguiente.
La ausencia del reloj, la tranquilizó.
Visitó algunas fotografías atrapadas entre tinieblas. Revivió emociones.
Contempló su atelier, el inmaculado cuarto de sus hijos, y el imponente
escritorio que ridiculizaba la soberbia y el narcisismo.
Repasó una y otra vez la carta que, sin destinatario, no tenia final.
Luego de una ducha caliente, eligió para la ocasión un vestido de raso
colorado y tensó su cabello con una hebilla de diamantes y esmeraldas.
Despojándose del mundo, se sentó a esperarla.
Ella, por la ventana, se asomó.
Sus ojos se iluminaron e, hincada, imploró que la llevara.
No hubo luz intensa, ni infinita.
Tendida, al costado del charco de sangre, dos hombres vestidos de blanco
la auxiliaron.
Mónica G. López
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