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Fueron las dos primeras palabras que invadieron mi mente... ¿seré una loca delirante?... no tengan dudas.
No soy escritora, sólo una feroz lectora recorriendo el infinito mundo de las letras.
Es mi espacio, y el de ustedes, para que podamos compartir toda clase de escritos, locuras y delirios.
Fascinarse y adorar el momento de crear personajes; soñarlos, sentirlos, vivirlos y desaparecer junto a ellos, es una vivencia casi inexplicable en el universo de los cuentos, poesías, novelas, y de toda clase de textos.
Para vos Facundo, es uno de mis legados. Crear, hijo, es un bálsamo, una caricia, un remedio para el alma.
Los invito a sumergirnos, descubrir la luz y la oscuridad del ser sin espantarnos, buscando las palabras, si las hay, para transmitir el fascinante mundo de lo que somos, de lo que decimos ser y de lo que inventamos.
Mónica G. López



viernes, 19 de noviembre de 2010

Extraños en el camino

 Sus días eran opacos, invisibles, rutinarios. Vestía elegante; traje azul, negro o gris, acompañado de corbatas sobrias y zapatos brillantes.
 Su cabello siempre ordenado, contorneaba una cara enmascarada de sonrisas dibujadas.
 Él debía y se aferraba a dogmas sociales y familiares inexistentes.
 Se ocultaba en la mentira, en una vida diminuta y solitaria, aun cuando una esposa y dos hijos eran las fotos que ocupaban, su soberbio escritorio.
 Realizaba viajes fugaces inmerso en la música que  un centenar de cd los trasladaban a un mundo real del cual era invisible.
 Por  destino,  casualidad,   o magia, sus ojos comenzaron a brillar. En  instantes encontró sus sueños no cumplidos, el despilfarro del tiempo sin retorno, las noches que sin voces lo enloquecían, las oscuridades casi eternas envueltas en carcajadas y desconsuelo.
 Sin abrigo, muerto de frío, escapó de fantasmas, del  pasado y  del  presente.   
 Quizás fueron besos y caricias entregadas a destiempo por otra mujer sin rostro, las que colmaron su alma dejando un sombrero  de ilusiones, destellos de un futuro que, aun siendo incierto, enterraron cadáveres que juraban amarlo, sin sentirlo.
 Fueron esos dos corazones  que latiendo ocultos, el de él y el de ella,  los que se encontraban a escondidas. para mirarse, tocarse y reflejarse en el mismo espejo.
 Ninguno de los dos sabia  de la intensidad de ese encanto y de la atracción que los unía.
 Caminaron juntos,  sin promesas, sin llenar los oídos de frases hechas, y fueron ésas  las que sobrevivieron a la muerte en cada silencio.
 Ni un te quiero, ni un te amo, se dijeron, pero danzaron unidos al compás de la música, sin detenerse.
 En un viaje de ida y sin retorno, decidieron unirse para siempre.

                                                                                       Mónica G. López

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