Una mujer uniformada de verde no vio a quien subió la escalera. Le avisaron del tercer piso, que se encontraba entre los invitados especiales para el remate de un cuadro inédito pintados por Salvador Dali, una persona de sexo masculino, de origen asiático, que vestía elegante, pero con una credencial dudosa. De inmediato, se hizo presente el jefe de la custodia, que lo invitó a mantener un diálogo en su reducido despacho. Luego de un saludo breve y distante, sacó de la billetera su identificación, se trataba del señor Hi Yang, un exitoso empresario japonés. Las disculpas fueron en vano, ante la mirada ofuscada del señor Yang, que se retiró para ocupar uno de los primeros asientos del salón.
Minutos después, por la misma escalera, la mujer de uniforme color verde oliva, interceptó a diez hombres también de origen asiático, quienes se presentaron como los custodios del señor Yang, no tuvo alternativa, ni tampoco duda de que debería dejarlos ingresar. Unos de los hombres más poderosos de ese continente, debía tener una decena de caballeros custodiando sus pasos.
El salón amplio iluminado por imponentes ventanales en los que el Empire State y la Statue of Liberty embelesaban la mirada del menudo hombre oriental, mientras sus pupilas se dilataban rítmicamente al compás de las luces de esa descomunal ciudad.
Esa sensación se detuvo ante la figura esbelta, los rasgos frescos, el andar pausado y sensual, de la subastadora. Su presentación cautivó la atención del público. Luego de una pequeña referencia a la vida del pintor, precisó que la obra que se subastaba había sido pintada en honor a Sigmund Freud y que fue encontrada en la caja fuerte de una amiga de su hija Anna, llamada Alice quien la había acompañado durante sus últimos tiempos.
Se levantó el raso negro que la cubría. El célebre Dalí había plasmado el memorable diván, a Freud, en compañía de su hija Anna, anciana y en sillas de ruedas.
Algunos quedaron impactados, otros admirados, hubo silencios, comentarios. Todos sabían de Anna, ninguno había imaginado, esa escena, la dualidad de la silla de rueda con el diván, tan preciado para el psicoanálisis.
Las ofertas comenzaron, la competencia se volvió feroz, mientras el señor Yang parecía adormecido ante la imponente pintura. Su asistente, con extrema prudencia le dijo que debía apresurarse a realizar la oferta.
El señor Yang, absorto, miraba fijamente los ojos de Anna. Ella le relató que había llamado a la muerte, luego de padecer un ataque cerebral que le afectó el habla y motricidad, que ese cuadro era un espanto, pues opacaba el brillo que logró con el psicoanálisis infantil y las tareas humanitarias.
Con timidez y casi como una súplica le pidió que no lo compre .Él miró a los costados, temiendo que esa voz haya sido escuchada, pero la subasta continuaba. Sintió que enloquecía.
Su asistente, lo observaba, sabía de la manda de la esposa del señor Yang. Ella era una de las coleccionistas de cuadros más famosas y él debía adquirir el cuadro a cualquier valor.
Fue en ese momento cuando Anna usó el preciado diván llevándolo al Señor Yang. Él le confesó que padecía una profunda desesperación. Ella le pidió que cerrara los ojos y que comenzara a hablar.
Fue un relato, donde los protagonistas eran: sus frustraciones, angustias, los dolores del amor y el desamor. Anna lo escuchaba, y luego de realizar algún aporte, él continuaba relatando su desgraciada vida, el tormento de su matrimonio, el carácter fóbico y obsesivo de su mujer. El tiempo se detuvo, el Señor Yang permanecía con los ojos sellados.
Su asistente, lo palmeó con brusquedad en su hombro izquierdo, comunicándole que había llegado el momento.
El Señor Yang levantó la mano y ofreció dos millones de dólares por la pintura. La subasta se cerró.
Luego de los aplausos, Anna apagó sus ojos, mientras nuevamente la cubrían con el manto oscuro.
El señor Yang llegó a Tokio, donde lo esperaba su mujer. Luego de que el mayordomo bajara las maletas del automóvil, ella le preguntó por el cuadro, él ingresó a su casa, ella lo siguió. Él le contestó:
- Dejé a Anna en la caja fuerte del Banco, como me lo pidió
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